Proyecto Bradbury: los cuentos de Javier

Un reto creativo: un cuento cada semana entre octubre y diciembre. Trece cuentos.

Tarde en el balcón

El señor N. salió a tomar el sol o quizá fue la señora N. Desde la altura, distinguir al señor N. de la señora N. es imposible. Lo único cierto es que él o ella tomó el sol por última vez. El señor o la señora N. apenas anduvo unos pasos y sintió un fuerte golpe en los intestinos: sobre él o ella había impactado setenta y ocho kilos concentrados en un pie del número cuarenta y dos. Fue mi pie el que reventó al señor o la señora N. de mitad hacia abajo. Un accidente. Mi pie derecho dentro de una zapatilla deportiva coincidió al posarse en la terraza con la salida —o regreso— del señor o la señora N.

En el instante de pisar a N. no reparé en lo que había hecho. Puse el pie izquierdo en la terraza y después el derecho y este se deslizó como si hubiera pisado suelo húmedo. Miré la zapatilla: sangre. Un insecto, pensé. Miré atrás. Y vi al señor o la señora N. inmóvil. Pasé por encima, volví con una escoba y un recogedor y fue entonces cuando vi que la víctima seguía viva. Se agitaba despanzurrada. Con las tripas fuera o lo que me parecieron las tripas. Tenía olvidados las lecciones de las clases de Naturaleza.

«Si lo cortas por la mitad no muere». ¿Quién me lo dijo?

Me puse en cuclillas y vi la boca de N. abriéndose y cerrándose. Sin palabras pedí perdón por mis prisas. Tragaba aire con esfuerzo. «Si lo cortas por la mitad no muere». Imaginé a N. arrastrándose medio cuerpo viejo y medio cuerpo nuevo o quizá medio cuerpo y nada o una larga agonía pegado al suelo por los intestinos secados por el sol.  

Encontré una caja de cartón llena de libros y le arranqué una solapa. Volví a la terraza y con cuidado coloqué la solapa sobre N. No quise añadir más dolor. Cerré los puños.

«Será rápido». Mi pensamiento y mi deseo. Pisé la solapa y la levanté. N. seguía con vida. Volví a colocar la solapa. No recuerdo cuántas veces pisé la solapa con N. debajo.

—Hoy pinté mi dormitorio —dije a mi mujer.

Aquella tarde no hice otra cosa en la vieja casa de mis padres, cerrada un año atrás, que pintaba y reparaba a ratos para mantener el precio de venta.

(Relato 3 de 13)


Relato a la huida

Relato a la huida

El pistolero barbudo y mugriento entró en el salón. No había música. Ni siquiera un piano. Tres o cuatro clientes cada uno en una mesa con tapete verde. Otro cliente en la barra, adormilado sobre su brazo derecho. El camarero o el dueño del bar, no está claro y tampoco importa, miró por encima del periódico al recién llegado.

—Busco un cuento —dijo el pistolero acercándose a la barra. Quería que todos lo oyeran.





Proyecto 1/4 Bradbury

PROYECTO 1/4 BRADBURY

UN CUENTO A LA SEMANA HASTA FIN DE AÑO

El guionista Juanjo Ramírez Mascaró escribe en el artículo Hacer tus propias cosas, conservar tu alma:

«(…) He llegado a la conclusión de que necesito escribir cosas propias para conservar mi alma, para no borrar mi identidad. Cuando escribes guiones para televisión o cuando escribes cine por encargo, es muy fácil olvidar quién eres. (…) Por eso defiendo la idea de que el guionista escriba sus propias cosas. Guiones, novelas, cuentos, cómics, microteatros. Da igual qué».